Paciente y sereno golpea la roca con un cincel y martillo. Golpe a golpe le da vida y forma a una gran piedra de 300 kilos que trajo, días atrás, del río. Como si fueran pocas las piedras talladas por los aborígenes en San Agustín, Don Ángel Miro Guerrero en pleno siglo XXI es un hombre como del paleolítico, todo lo expresa a través de su arte, la talla en piedra.
Se inició en este arte porque casi todos los días desde que era pequeño tuvo que atravesar el parque arqueológico de San Agustín para poder llegar al pueblo. Esas imponentes esculturas que miran al horizonte fueron la temprana inspiración.
El barro, la madera y luego la piedra fueron sus principales juguetes de infancia. “En aquel entonces, la talla en piedra era un gran mito, me tocó escuchar, muchas veces, de labios de mis antiguos que las esculturas dejadas por los aborígenes sólo se pudieron fabricar por medio de un proceso de fundición de la piedra”, recuerda Miro Guerrero con una sonrisa socarrona dibujada en los labios.
Y como el arte proviene de la capacidad ociosa, fue un día de paseo en la Quebradona (quebrada cercana a San Agustín) que se le ocurrió tallar su primera piedra. “ Vi una piedra y me imaginé la talla siguiendo el estilo precolombino, a partir de ahí todo ha sido experiencia, ensayo y error para lograr cada escultura”, dice Miro Guerrero.
Un mes después de terminar su primera escultura alguien se la robó. Un gran indicador para él pues muchas personas, incluyendo a algunos arqueólogos, pensaron que la escultura era producto de la profanación de alguna tumba.
Poco a poco, don Ángel fue ganándose la fama como tallador de piedras, hasta que un día llegaría su primer encargo. Alguien le pidió que le hiciera una réplica de un metro con ochenta centímetros.
Cuando la estaba sacando, con sus ayudantes, por el camino lo detuvieron por ser un presunto ladrón de tumbas o guaquero que llaman. Lo metieron al calabozo y el día domingo lo sacaron a la plaza de mercado para que todo el pueblo conociera al ladrón de esculturas. “Ese día hicieron mucho alboroto que al final de cuentas me favoreció más de lo que se podía pensar, ese día mucha gente me conoció”, recuerda don Ángel con alegría el día que salió del anonimato.
Utilizando la técnica de tallar piedra con piedra, la misma de sus antepasados, don Ángel se ha gastado 22 años de los 45 que ya suma. Invierte entre 15 días y dos meses de trabajo por escultura. Cobra entre un millón y cuatro millones de pesos por cada obra que realiza.
Sáqueme la piedra
Para don Ángel, la Quebradona es el lugar de dónde proviene una gran cantidad de las esculturas de los aborígenes, pues en el lecho de esta vertiente existe una variedad de rocas que sólo se consiguen allí.
Así como seguro lo hicieron los antiguos don Ángel primero talla sus esculturas a orillas del lecho de la quebrada y cuando ya está terminada la acarrea hasta el lugar de destino. “ Lo más difícil es sacarla por el camino hasta la carretera, no siempre se encuentran buenas rocas para trabajar en lugares de fácil acceso”.
Una escultura de un metro con ochenta centímetros puede llegar a pesar unas dos toneladas aproximadamente, y para sacarla se puede gastar entre tres y seis días con la ayuda de dos hombres. Escaleras, bigas, rieles de madera y cuerdas son la técnica de acarreo. “Este es el gran misterio para mí, el transporte de esta obras monumentales. Esto me causa gran asombro”, dice.
Sin duda, este don que lleva en sus manos don Ángel Miro le proporcionado calidad de vida, pues cuenta con un oficio que le da la papita todos los días. Pero lo más interesante es su comprensión de lo que hace. Sin siquiera pasar por una escuela de arte, tiene una mirada que muchos deberían aprender.
Para él, el legado de los ancestros en San Agustín es una lectura visual de su entorno, que se debe hacer desde lo mítico religioso. “Ellos plasmaban sus mitos para mirar el tiempo hacia atrás”, concluye don Ángel.
Para don Ángel, la Quebradona es el lugar de dónde proviene una gran cantidad de las esculturas de los aborígenes, pues en el lecho de esta vertiente existe una variedad de rocas que sólo se consiguen allí.
Así como seguro lo hicieron los antiguos don Ángel primero talla sus esculturas a orillas del lecho de la quebrada y cuando ya está terminada la acarrea hasta el lugar de destino. “ Lo más difícil es sacarla por el camino hasta la carretera, no siempre se encuentran buenas rocas para trabajar en lugares de fácil acceso”.
Una escultura de un metro con ochenta centímetros puede llegar a pesar unas dos toneladas aproximadamente, y para sacarla se puede gastar entre tres y seis días con la ayuda de dos hombres. Escaleras, bigas, rieles de madera y cuerdas son la técnica de acarreo. “Este es el gran misterio para mí, el transporte de esta obras monumentales. Esto me causa gran asombro”, dice.
Sin duda, este don que lleva en sus manos don Ángel Miro le proporcionado calidad de vida, pues cuenta con un oficio que le da la papita todos los días. Pero lo más interesante es su comprensión de lo que hace. Sin siquiera pasar por una escuela de arte, tiene una mirada que muchos deberían aprender.
Para él, el legado de los ancestros en San Agustín es una lectura visual de su entorno, que se debe hacer desde lo mítico religioso. “Ellos plasmaban sus mitos para mirar el tiempo hacia atrás”, concluye don Ángel.
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