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lunes, 25 de febrero de 2008

En el camino, las cargas

Entre La Pintada y el municipio de Valparaíso hay diecinueve kilómetros, más o menos una jornada en mula cargada, como era tradicional entre nuestros arrieros. El camino, borrado como la mayoría de los nuestros, pasa por entre los cerros Tusa y Pipinta, dos imágenes puntiagudas que la naturaleza dejó para enseñorear al Río Cauca, Padre mío de todos los días de mi vida.

Texto por Julio César Duque

Cuando nos dieron la noticia de que el camino era plano muy pocos lo creyeron, porque es bien sabido que subir cerca de mil metros en nueve kilómetros no es fácil para nadie, el problema no era el ascenso sino el calor. Pero verlo en la realidad es bien distinto: nada más exótico que cruzar los dos picos a lado y lado y ascender la cordillera para verlos después en el paisaje recorrido. No están tirados allí; los puso alguien más artista que nosotros. La cordillera era como nuestra propia casa, puesta al final del camino, después de cruzar charcos y quebradas, cagajón de reses asustadas, tupidos bosques de hojas verdes y agresivas.
En mi casa no podían creer que íbamos a hacer ese recorrido y cuando salí en la mañana mi esposa me echó la bendición como lo hacía mi madre años antes, cuando yo partía para la escuela. Pero todo estaba calculado afortunadamente: el camino y los sitios de descanso, la sensual campesina que nos sirvió el refresco con sonrisa, en la escuela, y después la llegada a las calles adoquinadas del pueblo...y luego todo eso tan bueno de sentirse en el campo, en el que huele a hierbas frescas, a luna tranquila y música llorona.
!Qué paisajes! Ni los que se ven en las postales de los países bajos, ni las verdes colinas de África que describe Hemingway, ni la Siberia repasada, ni el Kazajstán, ni ninguna otra tierra del mundo: mi país es una eterna postal con brillo, como una joven siempre dispuesta a casarse. La gota salada en tu cuello siguiendo a Maria Eugenia, la sonrisa de compromiso con la fila de hombres y mujeres que te siguen, Regina, Luis Fernando, Claudia, Juan y otros caminantes que se quedan observando las veleidades del camino y las mariposas multicolores que hacen su nido entre las piedras coloridas del cerro, los petirrojos que siempre andan en pareja, o los grupos de loros que se asombran de esa fila extraña y verde, seres que vienen por la senda en la búsqueda de un camino más allá está la felicidad, aquella que nunca alcanzas.
Caminar es otra oportunidad para encontrarse con el destino; el camino nos enseña a amar, a recuperar el paso perdido, a medir las fuerzas con el corazón y la propia soledad. También es una oportunidad para encontrar la palabra precisa oculta en el yo oculto del diario o en el contrato que debes comenzar a planear, incluso, en encontrarte con alguien más allá de tu propia naturaleza aventurera. El camino pule, dice Gustavo el guía, el camino arregla las cargas y urge de los pensamientos, bien repite él que si todas las cosas las columpiáramos en el camino, el mundo sería más justo.
De los cuarenta caminantes de esta vez ocho eran mujeres y todas ellas completaron la jornada. Qué hermoso verlas ir, sabiendo que el camino se hace a pasos. Y con todas ellas llegamos a donde se va al Paraíso, una zona de Antioquia poblada por hombres altos y quemados por el sol, querendones de su terruño, hospitalarios y alegres. El pueblo tenía ambiente de fiesta en el día de San Isidro, cuando la iglesia central se convierte en una mercancía de plátanos, gallinas, micrófonos y empanadas. Antigua tierra cafetera, hoy, luego de la caída en los precios internacionales del grano, se ha pasado a la ganadería. Y el negocio no parece malo porque no se ven indigentes en el pueblo y los niños son inquietos y juguetones. Las mujeres son bellas y bien alimentadas y van en moto o a caballo.
La gente de Valparaíso nos acogió con cariño y admiración, pues se demoraron en creer que habíamos subido por la cordillera para llegar hasta allí, a sentarnos en el parque a escuchar el cascajeo de las herraduras de los caballos en las piedras de la calle. Y ellos mismos nos preguntaban: ¿Para qué todo ese esfuerzo? No hay respuestas únicas y todas ellas valen. Pues para disfrutar las veleidades del camino, al fin y al cabo, ¿para qué se vive, pues? para disfrutar nuestro clima, clima verde, clima de estrellas, insectos y montañas; sol de fiesta, res, caballo y plátano, aire limpio y fresco, inundado de pureza.

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